Expreso

Una jugada maestra. No cabe duda. Tu irrupción ha sido una de las cosas que más me ha llamado la atención últimamente. Rápida, precisa y al grano. Sin intermediar, así de directo. Como anhelaba, y pensaba que no existiría. Pero aún no terminaba de caer en cuenta de cómo era el asunto y faltaba el toque final. La incertidumbre, claro, porque ya comenzaba a levantarme de mi paradero pensando que estoy harto de tanto transbordo, que ya quiero quedarme sentado en un asiento fijo con algún rumbo determinado, y comienzas a cerrar las puertas. ¿Pero por qué? Quién sabe, porque mi tarjeta tiene saldo, y el cartón de recorrido no fue descubierto hasta que estuvo a un centímetro de mí. Sólo uno. Porque de cierta forma ese centímetro igual fue vulnerado con esa personalidad avasalladora que todos captan. Que tu pintura es más brillante y tu marca es más atrevida. Que no conejeas, que sabes lo que es ser expresa.

Lamentablemente mis validaciones tienen eco. No sé por qué los validadores tienen que acusar con ese “bip” maldito. A veces quisiera que no fuese tan así. Que pueda mantener la dignidad de no subirme por la puerta trasera, pero que no tenga que tener costo el viaje. Es que quieres escapar, pero he puesto la mano entre medio de la puerta aunque me duela, y me atrevería a decirte que jodiste. Que te has metido en una trampa, que seré inquisitivo hasta el final, aunque nos vayamos con máquina y todo al precipicio. Porque no perdono, aunque sea mentira. Porque buses y rutas hay muchos, pero de cierta forma estoy harto del “es lo que hay”. De que quiero jugar con mis reglas y que la transmisión en vez de automática sea manual, a toda velocidad, sin importar que los gps nos busquen por todo el estúpido mapa ininteligible de las cosas cuáticas de la vida.

Pero no se te ocurra dejarme abajo sin hacerme ver tu letrero de verdad.

Me he puesto de pie.

Tal vez ya es mejor que abra una licitación de una vez por todas y dejar de cacarear como una tarrienta Petrohué