La carretera
¿Te has sentido piloteando todo a tu antojo?
Probablemente, y aunque muchos lo nieguen, da placer ese pequeño instante que sientes tener todo bajo control. Sabes que ese momento es tan efímero como la sonrisa sorpesiva.
La carretera es tuya, el volante en tus manos allana toda posibilidad de control. No es descontrol, es tu propio control. Puedes irte por donde quieras, donde quieras.
A la hora que sea, donde estés. Piloteando el convoy de sueños, el trailer de sensaciones. La dicha de ser dueño de tus pasos.
Cuesta tomar el valor de aquello. La libertad sólo se entiende cuando existe algo que la arrebata. Muchas veces somos nosotros mismos. El pecho frío que impide dar los pasos y callar y que nos vuelve pusilánimes.
Pues no, no nací para callar. Nací para tomar mi volante. Y si te vas conmigo bien, y si no, también. Aunque lo más probable es que seas siempre bienvenido, pero la travesía suele tener destinos desiguales.
La carretera es larga. Disfrútala. Piensa, actúa, recuerda, llora, extraña. Cada check in en un lugar tiene la firma de aquel o aquella que me acompañó.
Pues hoy, elegí el regreso en solitario. Quería sentir la adrenalina de pisar el freno donde quisiera, mirar los árboles, contar las olas del mar, ver las gaviotas volar. Querer, extrañar. Todo eso.
Los caminos los estaré eligiendo hoy por hoy a cada instante. No tengo hoja de ruta ni recorrido comprometido. Sólo se asemeja a un pirateo. En Concepción, en Santiago, en Valdivia, en Temuco, dondequiera que me recuerdes.
Estoy circulando. Cada día más de vuelta, aunque con el corazón más pesado. Pero con la libertad de acelerar o frenar y tomar cualquier camino. El que sea.
Tengo aún tu boleto.