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Juguito de pelota
Era de noche en El Salvador, campamento minero en Atacama. Salías a la calle y persistía ese olor a tierra que tiene el aire desértico, que se mezcla entre el sudor evaporado y los estertores de una mina que poco a poco se apagaba. Eso se sabía en ese pueblo a mil cien kilómetros al norte de Santiago. Pero esta noche nada es preocupación. No me acordaba de Silvia, la niñita con la que tuve un fugaz affaire la tarde anterior y con quien me fui, a solas, a comprar románticamente un Kapo y unas papas fritas. Para ella y para mí. Solos los dos. Quería hablar con mi mamá, en El Salvador…