Entre el ayer y el hoy
Un choque… un impacto. Un golpe o la cuestión que sea.
Dormía a bordo de la 404e que tomé al borde del Mapocho y debí bajarme en el paradero 9 de Pajaritos para poder proseguir hasta mi casa, pero en vez de hacer eso tanteé el terreno y me senté en el pasto. En paz, con mi cámara, mientras atardecía.
Y de pronto me vi sacando fotos. Una tras otra, mientras pasaban buses albos y verdes. Los obreros de las faenas del metro miraban extrañados al sujeto de negro con capucha que se acababa de tomar el bandejón de la avenida Pajaritos para extraer testimonios gráficos del lugar. El paradero 9 de Pajaritos sin duda ya no era el mismo, ya que hoy existe la mole de concreto que mató cientos de árboles del cual también tengo registro, y edificios que construyeron a la velocidad de la luz,
Ya eran más de veinte las micros fotografiadas cuando al sol se le ocurrió desaparecer. Me acordé de los agujones, que me agarran pal’ hueveo llamándome “Busoloman”. Sólo atino a escucharlos y no los culpo. No comprenden esto, tanto como yo tampoco comprendo ciertas cosas, como el metal, el cine o a las mismas mujeres. Hombre que diga lo contrario con respecto a comprender a las portadoras del punto G, está mintiendo. No le crea.
El pasto era amigable, pero decidí ponerme de pie. Venía nada menos que la Gran Viale de la I 09, y preparé mi cámara, e hice mi mejor ráfaga. El encuadre no quedó perfecto, pero el bus se ve nítido y la foto se va directo a la página. Hace cuatro años no me preocupaba jamás del ISO, del encuadre, o de la exposición, y todas esas vainas fotográficas; pero la alegría de tener la foto de la micro exclusiva fue la misma como cuando fotografié al Conejito de la entonces 332 Maipú-Vitacura en ese tiempo. Me sentí feliz desmedidamente.
Porque la felicidad no era un recuerdo, sino que es una cosa que se va escabullendo dentro del mismo sistema que vive uno. No desaparece, sólo se esconde. Porque al momento de ponerme de pie, y no conformarme con la foto de esa máquina, sino que quería la del Urbanuss Pluss (micro casi hermana de la que le saqué la foto), me dirigí al paradero y comencé a darme cuenta que hecho de menos muchas de esas cosas del ayer y del hoy que me han sacado sonrisas, y que la felicidad me hacía guiños en cada flash back que se producía al presionar el disparador. La foto quedó en la tarjeta, como el calor de las palabras en mi memoria, o las risas nerviosas en mis retinas.
El troncal cuatro. Reconciliación. Las cosas no fueron verdes con naranjo, ni azules, ni amarillas ni rojas. Porque cuando me bajé en Pajaritos elegí elegir (valga la redundancia), y quise pintar sólo de verde mi ruta. Porque me río en cada parada, en cada estación. Porque en cada uno de los clicks de mi cámara era capaz de integrarme en la empatía que es esquiva porque un demonio se apodera de mi cuando está ella cerca. Personajes aquí y allá. ¿Cuál es el problema, si la gente encuentra bellas las máquinas cuando las pintan y se ven brillantes? Sin flash, y no huyendo del foco, hay que saber brillar. Repintar no requiere necesariamente renunciar a la historia, sino que se refiere a proseguirla con innovación y una mejor cara.
Iban más de cuarenta fotos y ya estaba oscuro. Dos parejas se esperaron. Vi hartas chicas bellas, y nadie me dio jugo por tomar fotos en el lugar que me correspondía. Es cierto que la gente se intimida con una cámara, pero era más certero el frío que intentaba una y otra vez molestar, y lo mandaba a la mierda con el pensamiento cálido. Quizás con el corazón vital y poderoso que he podido formar a punta de resiliencia y caídas con aprendizaje. El Transantiago fue así, y tiene que seguir mejorando. ¿No es lo mismo lo que ocurre aquí? Por eso elegí esperar esta vez, hasta que llegó lo que andaba buscando. Costó, pero llegó.
Su motor sonaba suave. Era un agrado abrazar el espacio que se reducía con el rigor de la hora punta. Me sonreía solo, incluso detuve el reproductor de música para escuchar el momento. Porque no era sólo el ruido del motor, o del timbre. Era el universo de mi aquí y ahora. El nirvana que casi estoy tocando un día, y que tengo tan lejos otro, sin mediar angustia, sólo optimismo. Me reía solo. Porque subí por donde dice “No subir”, aunque fuese ilegal. ¿A esta altura qué es legal? Me complace más callar la boca de quienes creen tener la razón. Yo podría apagar el panel electrónico y hacerme el leso. Hay que acotar que el camino se descubre en la medida que se desempañan las verdades.
Pero el viaje fue breve. Todo fue muy fugaz. 15 de Pajaritos y volver al frío. Tomé unas cuantas fotos de cosas que mañana no estarán. Ya hace tiempo que no confío en lo eterno, si es una falacia hablar de eternidad cuando nunca un humano ha sido eterno. Todo está destinado a los ciclos de la vida y la muerte. Por eso Arancibia habla con tanta seguridad de la catástrofe inminente. Me gustaría estar ahí para verles las caras a quienes echan tanta foca y se esconden como gallinas.
Parado en medio de la multitud concluí que todo tenía gusto a poco. Que no podía largarme a mi casa conforme con un solo viaje de aquellos que me gustan. No podía terminar el día adulando la función fática de este momento y no ir más allá, quizás pidiendo otro golpe de calor humano. La hora punta aún no acaba.
Y cuando pensé que todo estaba perdido apareció nuevamente. El Gran Viale, grande, verde, brillante. Esta vez su panel estaba apagado, parecía que algo escondiese. De hecho tendió a huir, al irse en segunda fila. Pero se detuvo, para que pudiera abordarlo. Quizás se da cuenta que en el fondo tan ilegal no es el asunto, porque ahora sí validé, porque ahora sí se sé lo que hago, y porque reconozco que sí me gusta este tipo de viaje. Donde apago todo lo artificial y escucho hasta la última respiración y las ganas de conspiración que tiene todo esto. Que el letrero que estamos colocando en esto es pirata y que las cosas que estoy presenciando son más bien subversivas, porque tal vez no es lo que se esperaba en un principio.
Una señora comentaba de que el bus era muy nuevo, “no lo había visto nunca, pero prefiero las chicas, este es muy lento”. Me dieron ganas de decirle a ella y a todo el mundo que hace poco más de un mes que apareció en la avenida Pajaritos a trasladar pensamientos. Porque eso hizo, hace y lo sigue haciendo, incluso conmigo. Trasladó mi pensamiento hasta que por desgracia tuve que bajarme. Lo he visto incluso como I 09c, pero si me preguntas, en verdad no quisiera que fuese corto.
Hay cosas en las que no se puede tener todo el control. El viaje sí o sí durará dos horas y si no hay que volver a pagar. Estoy dispuesto a emplear todos mis recursos y que la maldita tarjeta que me mira con cara de UTEM pero que dice U de Chile reviente. Porque cuando me bajé de este viaje, no dudé que aunque 10 veces te vea pasar, no podrás librarte de que te aborde una onceava, doceava y enésima vez ya que no dudo de que mis huellas quedasen bien impregnadas no tan sólo en tu suelo, sino en tu aire, y en esas cosas que no ves.
Las dos sopaipillas amenizaron la sarta de acertijos y encuentros que me dio el viaje busológico. Me planteé que las cosas en realidad no cambian en su escencia, porque lo que hoy vivo, es más bien un ciclo que se está repitiendo. Porque hace unos años la sucesión de hechos era la misma, mis pensamientos y emociones en lo más primitivo, eran iguales. Sólo cambia de que la micro que fotografiaba era amarilla y hoy es verde. Pero mi sonrisa es la misma. Sólo han cambiado los pasajeros.
Por eso no pude quedarme quieto con regresar a casa y quedarme con lo vivido ayer. Ante la ausencia de frecuencias de la ruta que estoy vigilando, me lancé a encontrar cosas que no había podido desentrañar. A buscar el génesis de esta remembranza, en función a lo que hoy me mueve.
Bajarme en la punta de diamante de Lo Errázuriz con Simón Bolivar y seguir fotografiando buses ya me parecía familiar. No importa cuan veterano sea ya en esto. Obtuve otra exclusiva, el Tronador con Panel Electrónico que antes estaba en la I 11 y me acompañó en otras historias. Ahí estuve hasta que no pude evitar volver a mis orígenes.
Al almacén que me vio comprar dulces y suflés de pendejo, la plaza que resistió mis caídas de bicicleta o alguna vieja pichanga o bien mi propia casa, que luce triste y amarilla. Nuevamente se vende. Una vecina fumaba y le decía a su hijo: “Estos jóvenes que se van y vuelven tan grandes…”. En diez minutos me enteré de todo lo que ocurría en el viejo barrio.
Me sentí completo. Porque en el fondo he logrado encontrar la manera de llenar los asientos vacíos con los pasajeros precisos. Los personajes que adornan mis acciones me acompañan hasta en el nostálgico caminar al paradero donde hace una década casi tomaba la Metrobús y el chofer me retaba porque no le mostraba el pase escolar. Aquí estoy, soy y seré quien nació en Maipú y quiere con pasión lo que le agrada. La busología, el periodismo, las calles, los tallarines, y los viajes en línea 5 y otras cosas.
No miento que quise desviarme en el camino y pasarme más allá de los límites de Maipú. Pero ahí estuvo la fuerza de la decisión. Si opté por mi, debo hacerme cargo, aunque no me cae mal tu presencia en mi máquina. Mi letrero no es amigable, pero es una ruta agradable. Los letreros de cortesía no son un mero adorno, y a veces la gente en el boca a boca se equivoca.
Para que sepas, soy honesto no en la medida de lo posible. No me gusta ocultar el letrero ni colocarlo chueco. Conversaba en el paradero de Simón Bolívar con Wagner, con un vendedor ambulante que me preguntó cómo llegar a la Plaza Maipú. Me comentó que llevaba 40 años y ganaba 40 lucas diarias. “Buen negocio” le dije. Al momento que me dice “¿Sí? Pero toma esto…” Tomé ese típico fierro donde llevan las gomitas, cocadas, sustancias, Fulls, Cubanitos y otras cosas, y era una carga enorme. “Usted ya tiene mucha calle, señor”. Claramente, si la calle se consigue con la perseverancia. Las calles que perseveran se transforman en carreteras o avenidas y no hay que tener más de tres dedos de frente para darse cuenta que servirán para llegar lejos.
Regresé. Tal vez lamentando ciertas ausencias. Pero sé que todo no se puede tener, porque la calle es muy corta y la ruta por ende, no ha sido trazada bien. Tal vez no sé donde pueda llegar, pero estoy preparado. Ya no tengo miedo, y tengo impecable la flota para hacer frente a lo que venga. Confía. Hace falta conocer más para que te des cuenta que esta ruta es la más conveniente y rentable. Lo mejor, es que nadie nos chicotea porque con mi poder ya acallé cualquier intento de orden por parte de algún “Cof” clandestino o que derechamente quiera decidir por mí.
El ayer y hoy se juntaron para decirme entonces, que el ciclo está a mi favor, y que el poder está fluyendo, para converger así en la más sublime de las victorias.